Cardo Máximo

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La brecha de la pobreza

DESDE QUE LA leí, no puedo quitarme la frase de la cabeza: «Cada vez se está haciendo más grande la brecha entre las personas ricas o que tienen trabajo y las que no lo tienen». La pronunció el presidente de Cáritas en Sevilla, Felipe Cecilia, durante la presentación del informe del año 2011 de la organización caritativa de la Iglesia Católica en el que la ONG recibió un 120% más de demandas de ayuda que antes de la debacle económica. Lo que horripila de la frase no es el tamaño de la brecha, que lógicamente se va agrandando día a día conforme la ciudad se empobrece, sino dónde se sitúa la nueva línea divisoria entre las dos orillas del abismo: entre los que tienen trabajo y los que no lo tienen. Así de descarnado es el panorama que dibuja esta crisis.

La Biblia en la que se inspira Cáritas está llena de ricos y pobres, de Epulones y Lázaros, de viudas misérrimas y reyes que nadan en la abundancia que le cortan la cabeza a los profetas, hay ricos avarientos y comerciantes sin escrúpulos, recaudadores de impuestos inicuos y tullidos que mendigan una limosna. Pero en los textos evangélicos no aparecen desempleados de clase media a los que su empresa los incluye en un expediente de regulación de empleo para despedirlos y a los que de un día para otro se les acaba el bienestar y de un mes para otro se les acaba la ayuda familiar y de un año para otro se quedan sin ingresos para afrontar la hipoteca y los recibos de los servicios básicos de una casa. Visten la ropa de marca de la época de bonanza, ya ajada por el uso, porque hace tiempo que dejó de alcanzarles para renovar el armario «porque no la pueden vender y porque tienen que vestirse».

«Quien no trabaje, que no coma», la severa admonición paulina contra la vagancia resuena como un latigazo diario para tanta gente que no puede trabajar, aunque lo desee más que nada en la vida, y que consecuentemente, eso sí, no tiene qué comer.

El abismo cívico que está fraguándose en nuestra sociedad irá empujando hacia arriba en la escala social la raya entre los que tienen trabajo y los que lo han perdido o nunca lo tuvieron a medida cada minuto que la esperada recuperación económica se demore. De nosotros depende que esa fosa, no ya entre ricos y pobres como los del Evangelio, sino entre trabajadores y desempleados, no engulla también la mínima cohesión social que garantiza la convivencia. Cáritas lo ha entendido.


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