Cardo Máximo

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Ha cambiado la altura (de miras)

DICE ZOIDO –y no somos nadie para llevarle la contraria– que él no ha variado un ápice su discurso sobre el rascacielos de la Cartuja. Dice más: hasta que tiene la satisfacción de no haber variado su postura. Esto último está meridianamente claro: el alcalde nunca se comprometió a tirarla abajo, tampoco prometió nunca parar la obra y jamás se obligó a indemnizar el lucro cesante en caso de impedir su construcción. Todo eso es cierto, no hay nada que reprocharle en ese sentido. Como también resulta evidente que es el rascacielos el que ha cambiado de postura: de ser un dibujo más o menos afortunado en un proyecto visado y con licencia –Urbanismo insiste en que con todas las bendiciones– ha pasado a ser el edificio más alto de la ciudad aunque todavía falten diez plantas (un tercio de lo que ya descuella sobre el caserío hispalense) para coronar la torre. Así que es el cambio de postura del rascacielos (de acostado a enhiesto) el que desbarata el discurso de Zoido. Aunque él no se haya movido un milímetro.

Y a la sombra de esa mole que asoma ya por los sitios más insospechados en cuanto uno levanta la vista para admirarse de las jacarandas en flor, el discurso de Zoido luce incongruente con la realidad que lo rodea. El arte de la política también es el de ir dando respuesta cumplida en cada momento a lo que la situación exige. Tal día como ayer, 4 de junio de 1940, con la Fuerza Expedicionaria Británica huyendo de Dunkerque por piernas, un tal Winston Churchill se plantó en el Parlamento británico para pronunciar la pieza de oratoria política más impresionante del siglo XX. Nótese al respecto que el premier británico podría haber dicho que durante la desastrosa campaña que culminó con el infamante armisticio de Vichy no se había movido un ápice de su oposición a Hitler. Y hubiera sido cierto, pero se habían movido las líneas del frente a medida que el HMS Ivanhoe zarpaba del continente. Y si se movieron los barcos, imaginen la política.

Claro que no podemos exigirle a Zoido –perdón por el salto sin red de meter a ambos en el mismo párrafo– que se desdiga de lo que nunca llegó a decir. Pero sí que, al menos, acompase el discurso con la nueva realidad como hizo Churchill. ¿Recuerdan? We shall never surrender. Qué papel le hubiera reservado la historia a don Winston si se hubiera rendido tras aquel demoledor revés. Imaginen ahora qué papel le está reservando la historia a don Zoido.


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