Cardo Máximo

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Todo cambia

Digamos, de entrada, que esta parrafada tiene que leerse con el soniquete de la canción que le da título, interpretada por Mercedes Sosa, la Negra, antes de convertirse en una sombra de sí misma. Todo cambia: «Cambia lo superficial / Cambia también lo profundo / Cambia el modo de pensar / Cambia todo en este mundo». 

También han cambiado las cosas en Santiago desde la vez en que Ignacio, Antonio y yo entramos por la puerta del Camino persiguiendo la Catedral hace 16 años. Ahora, la oficina del peregrino está en la calle Carretas, más allá del restaurante donde comimos un rodaballo inolvidable hace casi un cuarto de siglo. Llegas con tus datos registrados en la página oficial, comprueban tú credencial y emiten tu compostela que te acredita como peregrino a pie por más de cien kilómetros. Mis piernas también lo pueden acreditar sin género de dudas. 

Y en la Catedral, después de rezar ante el sepulcro del primer apóstol en derramar su sangre que da origen a todo esto, las últimas restauraciones han sacado a la luz policromías en el cimborrio y el transepto que nunca había visto. Esta noche, visita guiada al Pórtico de la Gloria, para rematar este viaje más o menos donde empezó.

Todo cambia. Me lo enseñaron mis queridas agustinas del monasterio de la Conversión en Sotillo de la Adrada (Ávila) la semana que les ayudé como hospitalero en el albergue parroquial en Carrión de los Condes. Estoy escribiendo pero mentalmente me parece estar escuchando a la hermana Victoria relatando en inglés y en español la introducción a la canción del exilio de Mercedes Sosa: no somos los mismos que empezamos esta peregrinación por muy breve que haya sido.

Desde luego, no somos los mismos que hace 16 años cuando completamos el camino francés desde Sarria casi como una aventura juvenil de camaradería entre amigos. Ahora han cambiado mucho las circunstancias personales, familiares, laborales y espirituales tanto de Ignacio como mías. Somos más viejos pero por eso mismo más expertos. 

Diazpe ha sido el compañero perfecto en este viaje al sepulcro de Santiago el Mayor. Jamás lo he visto desairado a pesar de los inconvenientes (que han sido muchos, como el frío que pasamos la última noche), nunca se ha descorazonado arrastrando dolores y fatigas y siempre ha puesto buena cara a lo que nos ha venido (como esa noche en el antiguo internado de niñas que dab para una película de terror). Ya digo, de diez, de esa gente que siempre quieres en tu equipo porque sabe ver el lado positivo de todo. 

Pero hemos cambiado, claro que hemos cambiado. En el almuerzo, me decía que el Camino no te cambia la vida (al fin y al cabo el lunes volveremos a nuestros afanes), pero sí te cambia la forma en que ves la vida. Todo cambia: «Cambia el rumbo el caminante / Aunque esto le cause daño / Y así como todo cambia / Que yo cambie, no es extraño».

Exacto. La experiencia de caminar en pos de una meta -el Santo Viaje, que un año nos explicaban la hermana Inma y madre Carolina en Sotillo- nos saca de la comodidad de la vida regalada (todas lo son,  pero unas más que otras) y nos empuja a desechar las respuestas que se nos han dado y seguir buscando. Buscando el anhelo de algo que solo se encuentra en quien es inmutable, perfecto, inconmensurable, eterno. 

Muchos de los peregrinos no lo saben, pero vienen buscando saciar un deseo imposible de infinito (cortesía de Federico Campoy) envuelto en tantos envoltorios de autoayuda, conocimiento de los propios límites, crecimiento personal, cambio vital que dan ganas de gritarles: ¿A dónde vais? ¿Después de esta paliza física del camino todavía no os habéis dado cuenta de lo que andáis anhelando?

Todo cambia. Y nosotros no somos los mismos. No los de 2008, sino los que comenzamos a andar el lunes. De alguna manera, explícita o implícita, evidente u oculta, el camino te cambia. Y te enseña aceptación, abandono, confianza, perseverancia, esperanza… Podría ser el manual de cualquiera que quiera empezar a orar, pero es el del peregrino. 

Hace falta mucho tiempo para aprender, pero hace falta todavía más para desaprender lo que llevamos metido en los tuétanos. Cuando faltaban cinco o seis kilómetros -¿he dicho lo hermosa que es la entrada en Santiago por este camino?-, vimos en mitad de una finca una casa a medio construir: habían levantado la estructura y la habían techado impecablemente pero no tenía tabiques ni escaleras para acceder a la buhardilla. Lo que se dice empezar la casa por el tejado.

Cuantas veces nuestros propósitos no son como ese chalé a medio terminar porque descubrimos que aquello que un día nos ilusionó no vale nada y nos aburrimos. El camino te enseña a que hay que seguir hasta el final para llegar al Pórtico de la Gloria. ¡¡Si es que lo dice hasta con el nombre!! Y que todo cuanto vamos encontrando por este camino vale nada al lado de lo que nos espera donde el Apóstol está, que para eso fue el primero en derramar su sangre por la fe nueva. 

El viaje físico ha concluido pero el interior, el que lleva el espíritu a donde ni imaginamos, no ha hecho más que comenzar. Buen camino, peregrino. 

Y deléitate con la Negra: «Lo que cambió ayer / Tendrá que cambiar mañana / Así como cambio yo / En esta tierra lejana  Cambia, todo cambia / cambia, todo cambia / cambia, todo cambia / cambia, todo cambia». 


Comentarios

2 respuestas a “Todo cambia”

  1. Avatar de jlrdiez1
    jlrdiez1

    Andar haciendo camino…..

    Enhorabuena caminante

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    1. Avatar de
      Anónimo

      Querido Javier, he disfrutado rememorando tantos caminos que al leerte volvían a mi recuerdo y a mis piernas. Este próximo viernes comenzamos un nuevo camino con gente de la fraternidad m, en esta ocasión hacia Caravaca de la Cruz, afortunados por vivir de nuevo el “cambio”. Nos vemos pronto por Sotillo o donde quieras.

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